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CÁTEDRAS DE INEQUIDAD

BUAP

Desde muy temprano a lo largo y ancho del inmenso espacio institucional que supone la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, el pasado miércoles 11 de septiembre, fueron instalados en tiempo y forma urnas, mamparas, boletas electorales, tinta indeleble, crayones, junto con las acreditaciones de las respectivas comisiones de vigilancia, certeza y auscultación, en 161 casillas que esperaron pacientemente la posible participación de un universo de 83 mil 557 universitarios que moderadamente –“copiosamente” dijeron los que sólo tomaron fotos en Contaduría– se dieron cita frente a 283 urnas custodiadas por 189 consejeros universitarios, 38 directores, 74 académicos e igual número de estudiantes, así como por tres consejeros no académicos; toda esa infraestructura de certeza y legalidad al servicio, nada menos que de la ratificación de un sólo hombre, de ese tamaño la ausencia de equidad y libre competencia en la BUAP.

Desde luego el escarnio público en las redes sociales no se hizo esperar, muchos estudiantes estaban más que indignados –otros simplemente desconcertados– debido a la soledad del hombre del Carolino en la boleta electoral, a quien por cierto pocos conocían hasta hace unas semanas, rápidamente la exhibición pública fue atajada por las cuentas de la Universidad, incluida la del “candidato rector”, que por cierto no tardaron en recibir órdenes de dejar de remitir a los inconformes al “Instructivo para el Proceso de Nombramiento” publicado en la versión digital de la Gaceta Universidad, en su número 170, y que en términos generales establece que el proceso de auscultación sectorial debe realizarse así existiera un sólo candidato que, por el daño del efecto, contiende contra absolutamente nadie.

Al más puro estilo de José López Portillo en 1976, y hasta Portillo desde la clandestinidad tenía a Valentín Campa como candidato no registrado, un funcionario como Alfonso Esparza Ortiz no tuvo reparo en ser ratificado en el cargo ejecutivo más importante de la máxima casa de estudios del estado; y a propósito la operación del Carolino fue demasiado burda, las bases suscritas en la “Convocatoria para el nombramiento” estaban hechas a la medida del encargado del despacho central de la BUAP: ¿quién sino Esparza, en únicamente siete días, pudo haber reunido la documentación certificada y los apoyos suficientes en las unidades académicas? Esto lejos de ser un mérito propio fue más bien una conquista burocrática; la administración central se volcó para que un allegado del círculo más notable de Enrique Agüera tuviera el apoyo de 92 agrupaciones y unidades académicas con el respaldo de 43 mil 930 firmas; ¿quién sino Esparza, con el manejo directo de los recursos de la institución que supone su calidad de rector ad interim, en el corto plazo de siete días hubiera podido difundir su imagen y propaganda en el inmenso campo físico –y regional– que supone la BUAP? Desde entonces, poco a poco la inequidad le imprimía su forma a la materia de una consulta pública indigna.

Y aunque tanto Samuel Tovar Ruiz como Daniel Alcántara León, quienes por cierto la prensa obcecada no tardó en “apadrinarlos” reproduciendo irresponsablemente la ficción de que la universidad atravesaba por una contienda real, también fueron acreedores a la constancia de idoneidad con respaldos casi insignificantes; su estrategia distó mucho de debatir el rumbo y la misión de la universidad pública, abrir el diálogo con la comunidad y señalar críticamente los males recientes: la autonomía fragmentada, la capitalización política de la misión y función de la BUAP, la construcción interminable de edificios e inmuebles al servicio de la megalomanía de unos cuántos, la extremaunción de una universidad como una institución crítica frente al gobierno y el rumbo que ha tomado el desarrollo del estado, etc. Por el contrario los objetivos de Tovar y Alcántara eran tan advenedizos como reprochables: se suscribían a la sola astucia de contender para negociar, beneficiar a la estructura de sus intereses para, finalmente, declinar timando a la comunidad universitaria por completo.

En fin, ¿cuánto le costó a la BUAP la legitimidad del rector electo? En su lugar ¿cuántos libros se pudieron haber comprado?, ¿cuántas unidades del STU se hubieran renovado?, ¿cuántos baches pudieron haberse subsanado en Ciudad Universitaria? Y aunque la austeridad no ha caracterizado el funcionamiento reciente de la máxima casa de estudios; el proceso de renovación nos quedó a deber a todos, incluyendo al propio Alfonso Esparza quien desde el primer minuto del 11 de septiembre llegó cuestionado por una contienda sin opciones, sin competencia dado que fue electo por absolutamente nadie, y si bien el Honorable Consejo Universitario refrendó el voto mayoritario de sus unidades académicas según el principio de su representación, que a esta hora debe estarse difundiendo que contó con una tasa superior al 50 por ciento de participación, nadie pudo haber elegido a Esparza pues toda elección implica selección, discriminación de una opción por otra, a favor o en detrimento de otra; es decir donde uno es electo por todos, ese uno fue ratificado por nadie y por todos a la vez. Triste caso el de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

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